miércoles, abril 25, 2007

Sangre de Campeón: 17.-Un campeón suele ser deportista

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Carlos Cuauhtémoc Sánchez
Sangre de Campeón
Novela formativa con 24 directrices para convertirse en campeón.
Ciudad de México
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Al día siguiente, en la escuela, hubo un evento importante. Reunieron en el patio principal a todos los alumnos de quinto año en adelante. Nos visitaba un famoso deportista que había ganado varias medallas olímpicas.

El director de la escuela trataba de presentarlo, pero nadie parecía muy atento a sus palabras. Los compañeros jugaban y hablaban.

- ¡Ya basta! –dijo el director levantando la voz en el micrófono. Este atleta se ha ofrecido a trabajar con nosotros, por las tardes, dirigiendo un programa deportivo profesional. ¡Pongan atención! ¡Aprovechen esta oportunidad!.

Mis compañeros guardaron silencio al escuchar el tono enojado de nuestro director. El invitado tomó el micrófono y dijo:

- Les voy a contar algo: Hace poco hubo una carrera de ciclismo para niños. Las tribunas estaban llenas. Me avisaron que uno de mis pequeños se había escondido. Fui a buscarlo. En efecto, estaba en el baño. “¿Qué te pasa’”, le pregunté y él me contestó: “Entrenador ¡Tengo mucho miedo!. No me gusta el ciclismo. Los nervios me paralizan durante las competencias”.

Lo abracé por la espalda y me puse en cuclillas para verlo a la cara. Entonces le expliqué: « El reto que tu tienes ahora, no es competir en ciclismo, sino forjar tu carácter, ¿entiendes?, hay personas cuya voluntad es tan débil, que ante cualquier presión, se esconden, lloran, fuman, o toman pastillas tranquilizantes; pero, en cambio, hay otras que levantan la cara, abren la puerta y enfrentan los desafíos; esos son los triunfadores. Sal de este escondite y haz tu mejor esfuerzo; aunque no ganes la carrera, fortalecerás tu carácter; es lo único que me interesa.”

El niño comprendió y, temblando de miedo, salió a la pista. Se subió a su bicicleta y en cuanto dieron la señal, pedaleó con todas sus fuerzas. Para nuestra sorpresa, ganó el hit. Lo levantamos en hombros, le aplaudimos y lo felicitamos. Estaba sonrojado por el esfuerzo, pero tenía una sonrisa enorme. Ese muchacho será un gran hombre, pues ha comprendido que lo importante de un concurso, de un examen, de un atarea, de una presentación pública, no es ganar la medalla o el reconocimiento ajeno, sino aprender, madurar, fortalecer el carácter.

Ustedes ¿no se sienten inseguros a veces? ¿No les pasa, con frecuencia, que el terror los domina?, ¿qué se quedan callados cuando quieren hablar y les falta valor para sobresalir?. Si es así, jóvenes, es porque no son deportistas. ¡entiéndanlo! Muchos de los grandes líderes, de las personas más ricas del mundo, de las más emprendedoras e importantes en la sociedad, llegaron alto porque practicaron algún deporte de competencia en su juventud. Y no me refiero a jugar un partidito de fútbol de vez en cuando, andar en bicicleta con los amigos o nadar cuando están de vacaciones, me refiero a un deporte formal que exige disciplina de alimentación, de sueño y de entrenamiento diario, un deporte en el que se compite todos los fines de semana, en el que se coleccionan trofeos y derrotas, en el que se apuesta la vida por ser mejor cada día. El deporte nos enseña a ser perseverantes y a actuar con eficiencia bajo presión. ¡No se inscriban en las actividades que tendremos para ganar medallas, sino para ser mejores personas!

Se había hecho un silencio absoluto.

Todos escuchábamos al invitado con atención.

- Ahora –preguntó el director-, quién de ustedes desea inscribirse al nuevo programa deportivo?

Casi todos mis compañeros levantaron la mano. Yo también lo hice.

Repartieron unas fechas en las que debíamos anotar nuestro nombre y el deporte que elegíamos.

Llené mis datos con rapidez y busqué la urna para depositar mi solicitud. Iba caminando, cuando alguien me dio un golpe en la nuca con la mano abierta.

- “Malapata”, ¿quieres fortalecer tu carácter? ¡buena falta te hace!

- ¿Por qué me pegas? –respondí enfrentándome al grandulon. ¡Ya déjame en paz!

Lobelo me empujó y el granoso que siempre venía con él, puso un apierna detrás de mí. Caí de sentón. Solté mi solicitud deportiva. Me puse de pie y arremetí hacia Lobelo, lleno de ira, pero me recibió con un gancho en el hígado. El golpe me dejó doblado, sin aliento.

- Mira esto, marica –me restregó en la cara un reloj de pulsera antiguo-, ¿qué te parece?, ¿eh?. Era del anciano al que le dio un paro cardiaco. También tengo su anillo y su cartera de piel.

Me levanté asustado sin poder respirar bien.¡Lobelo y su padrastro asaltaron a los ancianos? ¿Y por que la viejita no los reconoció?

Una edecán pasó junto a nosotros cargando la urna en la que debíamos depositar nuestra solicitud. Busqué la mía. El amigo de Lobelo la tenía.

- Dámela.

Me la arrojó a la cara. Los tiranos soltaron a reír y se alejaron.

Una lágrima de rabia se escapó de mis ojos. La limpié de inmediato con el brazo. Tomé la ficha que había llenado, la doblé en cuatro partes sin mirarla, y la entregué. Luego me fui a mi salón.

A las dos horas me mandaron llamar de la rectoría.

El director y el maestro del programa deportivo estaban furiosos, esperándome en la oficina.

Apenas llegué me preguntaron:

- ¿Es tuya esta solicitud?

Mi nombre había sido rayado con la misma tinta que use, como si me hubiera arrepentido de escribirlo.

- Sí –contesté-. Es mía, pero ¿Quién tachó mi nombre?

- No trates de zafarte ahora, ¡Fuiste tú mismo!

Tome la hoja para analizarla. Debajo de los tachones había una nota que insultaba a la escuela con las groserías más sucias que jamás había visto en un papel. También usando el mismo lenguaje ruin y ofensivo había una amenaza para el nuevo profesor del programa deportivo.

- Yo no escribí esto.

- Pero es tu hoja y tu personalmente la metiste en la caja, ¿No es así?.

- Sí.

- ¿Creíste que no íbamos a descubrirte?

- Es que...

- Aunque rayaste tus datos, pudimos descifrarlos. Los siento pero no toleraremos este tipo de faltas. Serás expulsado de la escuela.

- ¡Eso es injusto!

- Acabamos de llamar por teléfono a tu papá... Pasa a la sala de espera y siéntate mientras él llega.

Quise discutir. No pude.

El director me abrió la puerta y caminé. ¡Era increíble! ¡Mientras peleé con Lobelo, su amigo granoso tachó mi hoja y la llenó de groserías! ¡por qué no la revisé antes de entregarla?

Me fui al rincón. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos de manera abundante, había una señora sentada en el sillón de la sala de espera. Le di la espalda y agaché la cara. La mujer me miraba de forma insistente. Podía sentir sus ojos clavados en mi nuca. Me incomodó su presencia. Era lógico que sintiera curiosidad por mi dolor, pero también resultaba una descortesía de su parte entrometerse.

No lo soporté más y me volví para verla.

Me quedé sorprendido. Sentí un mareo. El corazón me latió con fuerza.

Dejé de llorar y me limpié la cara...

No era una señora. Era una joven hermosa, vestida de blanco que emitía un fuerte aroma a perfume de flores.

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